lunes, septiembre 25, 2006

No trae cambio, joven

Abro un ojo. Es de noche. Abro el otro. Distingo los numeritos del display del estéreo. Son las 6:30 de la mañana. Ya se me hizo tarde.

Ya se me hizo muy tarde. Tengo que estar a las 7:00 en el Centro Histórico. Me visto y me arreglo apresuradamente. Junto todas mis cosas y espero que no se me olvide algo. Bajo las escaleras rápido repasando mentalmente todo lo que debo llevar en mi mochila y en mis bolsillos.

Salgo a la calle. Repaso mis opciones de transporte. Rápidamente descarto todas menos la obvia: el taxi. Camino a la esquina. Observo los faros de los autos que se acercan sin poder distinguir cuál es taxi y cuál es un vehículo particular. De entre los taxis, tampoco puedo distinguir cuál es pirata y cuál no. Por fin se detiene uno.

Es legítimo. Subo al auto y le indico el destino al chofer mientras miro con el rabillo del ojo el reloj en el display del auto estéreo. Siento que si no lo veo francamente no es tan tarde. Faltan 15 minutos. El vehículo avanza a un buen ritmo. Pienso que tengo una esperanza. En el radio discuten la información del sacerdote que presuntamente abusó sexualmente de unos menores en Puebla y que fue protegido por el Cardenal Norberto Rivera cuando este era Obispo de Tehuacan.

El taxi devora la distancia entre mi casa y mi escuela. Una calle cerrada obliga al chofer a cambiar la ruta fijada. Nos internamos por algunas calles solitarias. La neblina o el vaporcito asqueroso que sale de las coladeras se despeja conforme avanzamos.

Ya estamos muy cerca. Salimos a 20 de noviembre. Entramos al circuito de la Plaza de la Constitución. Me siento como un corredor en la última, gloriosa y agotadora vuelta a la pista del estadio que está por ovacionarlo. El grito está contenido en la garganta de los espectadores.

Llegamos. Miro el taxímetro. Son 30 pesos. Meto la mano en mi bolsillo y saco un billete de 50. Le entrego el billete al chofer mientras me preparo para salir del auto de alquiler y me alegro al pensar que voy a llegar a las 7:01.

El chofer había encendido la luz interior del vehículo para distinguir en la penumbra las monedas que me debía entregar. Sólo quedaba eso para concluir la transacción, despedirnos amablemente y nunca más volvernos a ver.

Lo miré y de sus labios salieron las palabras más indignas que jamás pueda pronunciar un taxista: ¿no trae cambio, joven?

Estaba en la disyuntiva de dejarle mi billete para siempre y llegar temprano o esperar que lo cambiara. Sentí rabia porque sólo me tenía que dar 20 pesos y no los traía. El taxista alegaba que más temprano le habían pagado con un billete de 200 pesos y que lo habían dejado sin cambio. Lo odié.

No tenía muchas opciones para cambiarlo a esa hora de la mañana. Un policía que dormitaba en una patrulla, una vendedora de churros a unos pasos del acceso al metro. Nada más. Ninguno quiso o pudo cambiar el billete. Decidí que iba a llegar tarde pero que me tenía que dar mi cambio. Se largó no sé a dónde mientras yo terminaba de escuchar los detalles de la noticia sacerdote pederasta.

Regresó. Eran las 7:12. Perdón, joven, musitó. Extendí la mano y el chofer me entregó 15 pesos porque el taxímetro ya marcaba 35. Lo maldije y me fui caminando. No llegué temprano y no tenía en mi poder mis 20 pesos. Sentí que con esos 5 pesos se había llevado mi dignidad.

Se supone que debía tener lo uno o lo otro pero completo, no a medias. O los 20 pesos o llegar temprano, pero no 15 pesos y la vergüenza de llegar tarde. Que desconsiderado. Si supiera cómo me arruinó el comienzo del día. Hace 42 minutos todavía estaba dormido.

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