miércoles, agosto 30, 2006

El Centro Histórico

El Centro Histórico de la Ciudad de México es una zona que ha sido objeto de múltiples iniciativas para recuperarlo y hacerlo habitable, visitable y disfrutable para todas las personas.

La palabra "recuperación" ya entraña una idea o una imagen de una zona que está ocupada, que está secuestrada o abandonada. El Centro es las tres: está ocupado por un montón de vendedores ambulantes, está secuestrada por mafias que controlan a esos vendedores y de los que obtienen ingresos millonarios y está abandonado porque a pesar de los esfuerzos y buenas intenciones de empresarios o funcionarios del GDF (¿existen?), el Centro Histórico es un cochinero y un marranero.

Personalmente, creo que una de las mejores maneras para recuperar el Centro es visitarlo. Pasear por sus calles, ir a museos, restaurantes, espectáculos, antros. Desde mayo del año pasado comencé a estudiar francés y tomaba clases en una de las sedes del CELE de la UNAM. Iba a la Antigua Escuela de Economía (AEE), en República de Cuba, muy cerca de la Plaza de Santo Domingo.

La AEE es una casa que fue construída en la época colonial. En ese tiempo gozó de su mayor esplendor, después tuvo un periodo de abandono hasta que fue recuperada por un patronato y por la familia que originalmente la habitó y la entregaron a la Universidad. Es un edificio breve pero hermoso. Tiene un patio central y una regia escalera con dos pasos que dan acceso al piso superior, donde están los salones. Tiene acabados finísmos en los pisos, en los techos y está en perfectas condiciones. Es ideal para albergar una institución como el CELE.

Afuera, sobre decirlo, el panorama es otro. Basura, ambulantes, inseguridad, mal olor, charcos, ruido, caos, desorden. Cuando uno está adentro, lo único que recuerda que afuera sigue la calle son las campanadas de la Iglesia de Santo Domingo. La campana decora el ambiente con su repicar: ding- dong / ding - dong. Es un ambiente ideal para estudiar, tranquilo, animado por las personas de todas las edades y condiciones sociales que ahí estudian inglés, francés, alemán o italiano.

A partir de septiembre y hasta diciembre, cambiaré de sede. Estaré en el Antiguo Palacio de la Autonomía. Este edificio es aun más imponente que su compañero de República de Cuba. Para empezar es mucho más grande. Tiene, igual que su hermano, un patio central y una escalera hermosa que es vigilada por dos vitrales magníficos. La herrería, los pisos, las puertas, las paredes son el permanente recordatorio de la impresionante historia y cultura mexicanas.

No conozco la historia del edificio, por lo que ignoro muchos de los detalles y las historias que habitan en esas paredes pero no es necesario saber muchas cosas para asombrarse y deleitarse con la magnificencia de la construcción, el gusto por los detalles.

Y pasa que ese edifico también está en el Centro Histórico. Si uno entra por la calle de Moneda, a un costado del Palacio Nacional, de lado izquierdo hay una calle chiquita que se llama Primo de Verdad (Lic. Verdad, dice el letrero). La calle lleva justamente a las ruinas del Templo Mayor.

La calle Moneda es un tianguis de discos piratas, fayuca, ropa que seguramente es producto del contrabando, comida callejera y otros productos. No se puede caminar sin tropezarse con algún puesto pues la banqueta está vedada para los peatones y a fuerza uno debe caminar evitando a los comerciantes. Por si fuera poco, uno debe soportar la nausea que provoca el hedor proveniente los baños portátiles que instalaron los simpatizantes de la Coalición por el Bien de Todos, ese tufo asqueroso y repulsivo que se combina con los aromas de elotes, tacos y otras delicias de la cocina de la región. En suma, es un asco.

La calle Primo de Verdad sirve para estacionamiento de los ambulantes y está flanqueada por tiendas establecidas donde venden uniformes y accesorios militares. El Palacio de la Autonomía está protegido por una reja que separa todo ese desorden y da la bienvenida a un lugar que pareciera imposible que pudiera sobrevivir en el basurero que es el Centro. Y sin embargo lo hace. No sólo sobrevive sino que vive con dignidad y recuerda a todos los que lo visitan todas las posibilidades que ofrece el Centro de la Ciudad de México.

Es una pena que el Centro viva secuestrado. Lugares como estos dos hay muchos en el Centro, lo malo es que se pierden entre la podredumbre, la corrupción , la pestilencia, el abandono, la apatía, el olvido.

Por lo pronto, no me negaré el derecho a seguir visitando el Centro. Cada día que vaya será una pequeña batalla en la guerra de negarse a entregar lo que es de todos los ciudadanos a una cofradía, a un grupo de usurpadores y ladrones. Invito a todos a que recuperemos el Centro pues seguro hay algo que todos recordamos y añoramos de alguna visita a sus calles... un lugar, una persona, un tiempo muy lejano.

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