Desconfío de las personas que ríen muy ruidosamente. Estoy de acuerdo en que no hay nada como una carcajada franca, sonora, liberadora. Reír hasta que duele el estómago es una de las sensaciones más placenteras que hay. Casi tan placentera como esa otra sensación que están pensando.
Reír es saludable. De cuando en cuando sale en los diarios alguna nota de algún científico en alguna parte del mundo que confirma que la risa es terapéutica. Como aquella clásica sección del Selecciones Reader’s Digest: La risa, remedio infalible.
Aunque la verdad los chistes que yo leía de pequeño en esa sección me parecían bastante bobos y simplones. Y eso que yo era un niño bastante teto. Aunque, pensándolo bien, sigo siendo un teto nada más que ahora soy “adulto”.
Pero ese no es el tema (¿han notado mi escasa capacidad para apegarme al tema sin divagar?). Lo que quería decir es que me encanta la risa y las personas que al reír lo contagian a uno de su risa. ¿No les ha pasado que alguien se está riendo y de repente uno comienza a reír sin saber exactamente por qué? Me encanta cuando me doblo y se me va la respiración por seguir riendo. Cuando ya no puedo ni jalar aire por estarme riendo.
A pesar de que algunos pueden pesar que soy malhumorado o que tengo problemas con mi carácter, reír es una de las cosas que más me gustan. Aunque eso no quiere decir que vaya por la vida riéndome de todo, pero cuando me río, me río bien.
Entonces me causa un gran conflicto encontrarme con esas personas que ríen tan ruidosamente que no puede ser que esté riendo con franqueza, honestamente. Están riendo para quedar bien con alguien (generalmente una figura de autoridad) que acaba de comentar algo supuestamente gracioso. Están riendo por compromiso, por vanidad, por lambisconería, por llamar la atención.
Detesto a esa gente. Es tan hipócrita, tan falsa, tan rastrera, tan baja, tan ordinaria, tan corriente, tan vil. No los soporto. Entiendo que si el jefe dice un chiste uno no hace cara de: no mames, pendejo(a), que idiota eres. Pero basta con una sonrisa apenas asomada en los labios que sutilmente dice: Ahórrate el chiste y a lo que venimos, por favor.
Hace mucho identifiqué a esa gente y siempre procuró alejarme de ella. Evitar cualquier contacto con ellos. Los llamó de una manera que puede sonar bastante despectiva y grosera pero el término lamehuevos se me hace justo y exacto para clasificarlos. Se les encuentra en grandes cantidades en los partidos políticos y en cualquiera de los tres niveles de gobierno.
Sin embargo, estos días encontré una risa distinta. Una risa que no resulta irritante como la otra sino perturbadora. Es una risa nerviosa, histérica, llena de preocupaciones, de estrés. Es una especie de graznido muy fuerte que se acompaña de una boca muy abierta y de una terrible deformación de los músculos de la cara. La gente que se ríe así se vuelve una mueca de angustia, de sufrimiento y de pena.
No sé si estoy exagerando pero por lo menos esa sensación me dio. Me inquietó mucho. Pasaron varias horas hasta que el sonido se fuera confundiendo con los otros de mi mente y ahora casi no lo puedo recordar. En cambio, la desfiguración del rostro es terrible, no la puedo quitar de mi cabeza.
Si alguien vio la película de Benjamín Cann Crónica de un Desayuno (se las recomiendo mucho), hay una escena en la que el personaje de María Rojo comienza a reír hasta que la risa se transforma en un llanto desesperanzado. Es una gran secuencia pues la cámara está inestable y transmite más la angustia del personaje, su conflicto emocional.
Por un momento pensé que la persona que se reía ayer era así. Que en la intimidad se reía así. Llegaba a su casa riendo y ya sola, terminaba la comedia para dar paso a la tragedia.
No lo sé. A lo mejor sólo fue una imagen mía pero no dejo de pensar en eso.
Reír es saludable. De cuando en cuando sale en los diarios alguna nota de algún científico en alguna parte del mundo que confirma que la risa es terapéutica. Como aquella clásica sección del Selecciones Reader’s Digest: La risa, remedio infalible.
Aunque la verdad los chistes que yo leía de pequeño en esa sección me parecían bastante bobos y simplones. Y eso que yo era un niño bastante teto. Aunque, pensándolo bien, sigo siendo un teto nada más que ahora soy “adulto”.
Pero ese no es el tema (¿han notado mi escasa capacidad para apegarme al tema sin divagar?). Lo que quería decir es que me encanta la risa y las personas que al reír lo contagian a uno de su risa. ¿No les ha pasado que alguien se está riendo y de repente uno comienza a reír sin saber exactamente por qué? Me encanta cuando me doblo y se me va la respiración por seguir riendo. Cuando ya no puedo ni jalar aire por estarme riendo.
A pesar de que algunos pueden pesar que soy malhumorado o que tengo problemas con mi carácter, reír es una de las cosas que más me gustan. Aunque eso no quiere decir que vaya por la vida riéndome de todo, pero cuando me río, me río bien.
Entonces me causa un gran conflicto encontrarme con esas personas que ríen tan ruidosamente que no puede ser que esté riendo con franqueza, honestamente. Están riendo para quedar bien con alguien (generalmente una figura de autoridad) que acaba de comentar algo supuestamente gracioso. Están riendo por compromiso, por vanidad, por lambisconería, por llamar la atención.
Detesto a esa gente. Es tan hipócrita, tan falsa, tan rastrera, tan baja, tan ordinaria, tan corriente, tan vil. No los soporto. Entiendo que si el jefe dice un chiste uno no hace cara de: no mames, pendejo(a), que idiota eres. Pero basta con una sonrisa apenas asomada en los labios que sutilmente dice: Ahórrate el chiste y a lo que venimos, por favor.
Hace mucho identifiqué a esa gente y siempre procuró alejarme de ella. Evitar cualquier contacto con ellos. Los llamó de una manera que puede sonar bastante despectiva y grosera pero el término lamehuevos se me hace justo y exacto para clasificarlos. Se les encuentra en grandes cantidades en los partidos políticos y en cualquiera de los tres niveles de gobierno.
Sin embargo, estos días encontré una risa distinta. Una risa que no resulta irritante como la otra sino perturbadora. Es una risa nerviosa, histérica, llena de preocupaciones, de estrés. Es una especie de graznido muy fuerte que se acompaña de una boca muy abierta y de una terrible deformación de los músculos de la cara. La gente que se ríe así se vuelve una mueca de angustia, de sufrimiento y de pena.
No sé si estoy exagerando pero por lo menos esa sensación me dio. Me inquietó mucho. Pasaron varias horas hasta que el sonido se fuera confundiendo con los otros de mi mente y ahora casi no lo puedo recordar. En cambio, la desfiguración del rostro es terrible, no la puedo quitar de mi cabeza.
Si alguien vio la película de Benjamín Cann Crónica de un Desayuno (se las recomiendo mucho), hay una escena en la que el personaje de María Rojo comienza a reír hasta que la risa se transforma en un llanto desesperanzado. Es una gran secuencia pues la cámara está inestable y transmite más la angustia del personaje, su conflicto emocional.
Por un momento pensé que la persona que se reía ayer era así. Que en la intimidad se reía así. Llegaba a su casa riendo y ya sola, terminaba la comedia para dar paso a la tragedia.
No lo sé. A lo mejor sólo fue una imagen mía pero no dejo de pensar en eso.
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