José Woldenberg
19 Jul. 07
El lunes los presidentes Rodríguez Zapatero y Calderón se reunieron con los "Niños de Morelia". Se trata de los sobrevivientes de aquellos cerca de 500 menores que el 7 de junio de 1937 llegaron a Veracruz a bordo del Mexique. Niños entre los 4 y los 15 años que se convirtieron en los primeros exilados de la guerra civil española. Niños que fueron trasladados a la capital de Michoacán y educados en la escuela España-México.
El compromiso del presidente Cárdenas con la República española, dice José Antonio Matesanz, se plasmó desde un inicio con la venta de armas, la defensa diplomática del gobierno legítimo en los foros internacionales y con el asilo y protección a esas víctimas de la conflagración armada (Las raíces del exilio, El Colegio de México, UNAM, 1999, p. 243-4). Setenta años después, quizá nadie como ellos encarne en forma viva el drama del exilio. Setenta años después, observar la foto de esos viejos rodeando a los presidentes de México y España resulta conmovedor.
En 1977, a casi 40 años de su propio exilio, el maestro Adolfo Sánchez Vázquez escribió un breve pero entrañable texto sobre su experiencia ("Fin del exilio y exilio sin fin", en Del exilio en México, Grijalbo, 1991).
¿Qué representa el exilio en la vida de un hombre?, se preguntaba. "Hablo del exilio verdadero, de aquél que un hombre no buscó pero se vio obligado a seguir". Porque el exilado es diferente al migrante. El primero es fruto de una imposición, de una situación sin otra salida -que no sea la cárcel o quizá la muerte-, mientras el migrante opta, decide, aunque sea en algún grado.
Por eso: "el exilio sigue siendo una prisión, aunque tenga puertas y ventanas... el exilado tiene siempre ante sí un alto, implacable y movedizo muro que no puede saltar... (el exilio es también) muerte lenta que recuerda su presencia cada vez que se arranca la hoja del calendario en el que está inscrito el sueño de la vuelta". Es la imposibilidad del regreso lo que lo vuelve "prisión" y son las dificultades de adaptación al nuevo hogar las que edifican el "muro". Esa vuelta añorada y vedada es "una herida que no cicatriza".
"El exiliado vive siempre escindido: de los suyos, de su tierra, de su pasado... está siempre en el aire, sin poder asentarse aquí ni allá". Arrancado de su entorno, de sus raíces, de sus proyectos y querencias, resulta difícil aclimatarse a la nueva vida. Se encuentra distante, en menor o mayor grado, de aquello que lo rodea. "Siempre en vilo, sin tocar tierra. El desterrado, al perder su tierra, se queda aterrado... El destierro no es un simple transplante de un hombre de una tierra a otra: es no sólo la pérdida de la tierra propia, sino con ello la pérdida de la tierra como raíz o centro". Por ello esa sensación de vida "en el aire", de falta de un basamento que lo sostenga, "prendido del pasado, arrastrado por el futuro, no vive el presente".
"De ahí su idealización de lo perdido, la nostalgia que envuelve todo en una nueva luz". El horizonte y la experiencia previos son revalorados bajo el filtro cálido de la "nostalgia", la vida anterior se pinta de los colores de la ilusión y el pasado se convierte en una especie de edén perdido. Y ello tiene un costo, nos recuerda Sánchez Vázquez: "la ceguera para ver lo que lo rodea", porque "mirando el presente ven el pasado", lo que produce, no sin cierta ironía, "excelente poesía", pero resulta fatal para la política.
No obstante, "el tiempo que mata, también cura. Surgen nuevas raíces, raíces pequeñas y limitadas primero, que se van extendiendo después a lo largo de los hijos nacidos aquí, los nuevos amigos y compañeros, los nuevos amores... Y, de este modo, el presente empieza a cobrar vida, en tanto que el pasado se aleja y el futuro pierde un tanto su rostro imperioso". Es el tiempo, un bálsamo contradictorio, el que construye nuevas posibilidades y rutas y el que lentamente vuelve a colocar al pasado y el futuro bajo nuevas perspectivas. Compromisos y proyectos para el aquí y ahora y afectos forjados en el nuevo entorno, otorgan un renovado significado a la existencia.
"Hasta que un día... el exilio se acerca a su fin; desaparecen... las condiciones que lo engendraron", y esa tensión que surge de la pertenencia (o no) a dos mundos, vuelve a manifestarse con toda su fuerza. "Para muchos... esto llega demasiado tarde". "Pero, para otros, aún es tiempo de poner fin al exilio, porque objetivamente se puede volver. Y es entonces cuando la contradicción, el desgarramiento que ha marcado su vida años y años, llega a su exasperación... Las raíces han crecido tanto, tanto las penas y las alegrías, tanto los sueños... que ya no pueden ser arrancados de la tierra en que fueron sembrados". Ese día, el eventual retorno ya no depende de las condiciones políticas impuestas, sino de la nueva situación que el transcurso del tiempo, de la vida, ha forjado. "Se puede volver si se quiere. Pero ¿se puede querer?". Porque luego de los años la tierra original ya es otra y no es más "la que fue objeto de la nostalgia".
"Y entonces el exilado descubre con estupor primero, con dolor después, con cierta ironía más tarde, en el momento mismo en que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha pasado impunemente, y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de ser un exilado".
En aquel 1977, Sánchez Vázquez terminaba con un toque de reafirmación personal. Decía: se pueden llevar dos contabilidades, la de "las pérdidas, desilusiones, desesperanzas", pero también la de "las dos raíces, las dos tierras". "Lo decisivo es ser fiel -aquí o allí- a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar -acá o allá- sino cómo se está".
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